Sábado, 4 de Mayo de 2024

Argentina y su gran desafío: Integrar conocimiento y producción

Una máxima indica que Argentina no tiene capacidad de producción y otra que falta desarrollo científico y conocimiento en la frontera tecnológica. Las dos cosas son erróneas. El fracaso pasa por la integración de esos dos universos. Las oportunidades de un país con importante capital humano, mirando a futuro. El desafío de abordar el potencial argentino sin contar únicamente los recursos naturales. Muestrario de algunos logros nacionales que prácticamente nadie conoce.

15-06-2015



Por Hernán López
Un problema histórico en Argentina es la dificultad para integrar dos esferas que otros países combinaron exitosamente: el mundo del conocimiento y la tecnología con el circuito de la producción. Una manera de decir que no hay sinergia entre la academia, el sector público y el privado, pese a algunas dignas y ejemplares excepciones.

No es que falten tecnología o los recursos humanos en áreas importantes; tampoco escasea la industria en algunos sectores clave -como el automotriz-. Sí, en cambio, falla la ida y vuelta entre ambos.

Por tomar un ejemplo, Argentina fabricó 828.771 automóviles sobre 80.092.840 a nivel mundial durante el año 2011, es decir el 1,03 por ciento de la producción global. Y eso en un país que patenta una importante cantidad de autos, al menos comparado con las naciones en vías de desarrollo: el número argentino es similar a los registrados en México o Turquía, que tienen el triple y doble de población que la local respectivamente.

Esto significa que el consumo de autos per cápita, en Argentina, presenta perspectivas interesantes. Número uno de Latinoamérica por abultado margen y superior a todos los países del mundo salvo los desarrollados.

En pocas palabras, no falta ni mercado interno ni capacidad de producción pero hay una cuestión fundamental: sólo la mitad de las partes son producidas localmente y en la mitad restante, además, están incluidos los componentes de mayor densidad tecnológica y valor agregado. Algo que también ocurre con otros rubros, como las computadoras y los teléfonos celulares.

Estos sectores suponen ventajas estratégicas para el país, sobre todo en generación de empleo, aunque ponen a Argentina ante su deuda histórica -antes mencionada-: la dificultad para articular a los científicos y profesionales de las Universidades e institutos nacionales -de excelente nivel-, la creación de empresas competitivas en esas áreas, el diseño de los componentes más sofisticados localmente y su integración, abasteciendo esa demanda interna y cerrando ese círculo o más bien triángulo (ver abajo).

El caso de CIFRA

Poca gente conoce o recuerda a la marca CIFRA, de la empresa FATE Electrónica. FATE era una compañía asociada a los neumáticos, pero, hacia fines de los sesenta, comenzó a expandir su núcleo de intereses y logró algunos éxitos en otros ámbitos, incluida Aluar -que fabricaba componentes de aluminio- y especialmente CIFRA, un auténtico orgullo nacional.

El objetivo primordial era desarrollar, producir y comercializar productos de avanzada en electrónica, con tecnología nacional, especialmente las recordadas calculadoras con las que alcanzaron un grado de desarrollo sorprendente, vanguardia internacional. Nucleaba a más de 100 investigadores expertos en el tema, los mejores especialistas en computación, semiconductores, control de procesos, circuitos integrados, microelectrónica y estados sólidos; un grupo que había sido desplazado de la UBA en 1966, por obra de Juan Carlos Onganía, y encontraba una nueva oportunidad en FATE, a través de Carlos Varsavsky y Manuel Madanes.

El 15 por ciento de los recursos humanos estaban volcados a Investigación y Desarrollo (I+D) y una parte importante de sus utilidades destinadas a la "frontera tecnológica".

La calculadora CIFRA 311 estaba terminada para noviembre de 1970, tras doce meses de desarrollo en laboratorio y ocho en estudios de mercado. Los dos primeros modelos competitivos fueron la CIFRA 211 y la CIFRA 221, lanzadas en 1972; también sacaron una microcomputadora denominada Sistema 75 y planeaban la computadora CIFRA 1000 (equivalente a una IBM 370 de la época), su apuesta más atrevida y ambiciosa hasta el momento, iniciada en 1972 y que terminarían en 1977 (cosa que finalmente nunca sucedió).

Otros modelos: FATE Microcifra 3 y 4, para operaciones básicas; FATE Microcifra 6, que contaba con funciones financieras; o la FATE Microcifra 10, que venía con funciones científicas más avanzadas.

Quizá el mayor logró de la firma fue la Microcifra, la segunda calculadora de bolsillo en todo el mundo, en 1975; la segunda después de la HP 35 introducida por Hewlett Packard, en 1972. Es importante enfatizar que, hasta mediados de los setenta, no había una sola empresa alemana, japonesa o inglesa que hubiera hecho algo como la argentina Microcifra, sólo la norteamericana Hewlett Packard, hoy conocida por sus computadoras.

Es así como la intención de integrar componentes nacionales impulsó, por caso, la puesta en marcha de una fábrica especialmente dedicada a la producción de semiconductores, circuitos integrados, principalmente TTL, algunos display (LED) y una línea de procesadores matemáticos (ALU), entre otros logros, todos modelos locales, sin licencias externas.

CIFRA llegó a ser la mayor fabricadora de Latinoamérica y una de las diez primeras en todo el mundo, además de lanzar la segunda calculadora de bolsillo en todo el planeta -en ese entonces una novedad-, exportar casi un tercio de su producción no sólo a países de la región sino algunos de Europa y recibir el reconocimiento en lugares como Alemania, por ejemplo. Vendieron 350.000 calculadoras en el país y afuera, exportaron por 5.000.000 de dólares e instalaron 300 CIFRA-Sistemas, cuando la computadora recién empezaba a salir de los laboratorios universitarios y debutar -antes que dentro los hogares- en las sedes administrativas de las grandes empresas.

Una historia que empezó a quedar trunca en 1975, con la crisis del Rodrigazo, y principalmente en 1976, cuando arranca la dictadura y CIFRA es desmantelada definitivamente. Pero Argentina llegó a estar en la vanguardia mundial de la electrónica y, en la actualidad, podría seguir en la misma dirección si ese hubiera sido el camino.

Ese es el destino que Argentina habría tenido, de haber mantenido esa senda y el interés por la Investigación y el Desarrollo, con ese modelo de empresa. El I+D o, en otros términos, la pasión por el conocimiento y la premisa de que "los ingenieros argentinos son capaces de hacer algo igual o mejor que los extranjeros", según sintetizaba este grupo.

El triángulo fallido

FATE Electrónica y sus innovadores productos eran la concreción de algo que, en los papeles, el físico y futurista argentino Jorge Sábato vio antes. Jorge era primo de Ernesto Sábato -el laureado escritor- y dedicó gran parte de su carrera a demostrar algo profundizado aquí: la necesidad de articular el sistema científico, la estructura científica y la producción local.

Nada menos que el famoso "Triángulo de Sábato", donde el autor argentino incorporaba a todo el círculo científico, las empresas del sector privado y el sector estatal como los tres agentes esenciales. Un tipo de sinergia que en Argentina, por los constantes problemas institucionales, no fue posible con el acento que ponía Sábato: CIFRA resultó una excepción a la regla de algo que -con otro entorno institucional y mejores políticas- pudo haber distinguido a Argentina en todo el mundo.

Sábato (Jorge) entra a la Comisión Nacional de Energía Atómica en 1954 y empieza a ganar relevancia rápidamente, estableciendo -en primera instancia- el Departamento de Metalurgia y difundiendo nociones novedosas para la época, incluyendo la metalurgia como área estratégica y el sector nuclear como traccionador de la industria nacional.

Más tarde saludaría la conformación de la Empresa Nacional de Investigación y Desarrollo Eléctrico (ENIDE) y celebraría, también, la irrupción de FATE Electrónica en el país. Sobre esa base Sábato elabora el novedoso concepto de "Triángulo", nunca analizado y apreciado en el país pero decididamente adelantado a sus tiempos: en los años noventa, tres décadas después que Sábato, los anglosajones Henry Etzkowitz y Loet Leydesdorff diseñaron la idea de "Triple Hélice", un calco del "Triángulo" sabatiano antes descripto.

Argentina tuvo, en pocas palabras, un teórico lúcido y anticipado a los tiempos que correrían después.

Habrá que recalcarlo cuantas veces sea necesario. En Argentina no falta ni la tecnología ni el capital humano, ni el conocimiento, ni la demanda de tecnología o productos de altor valor. Falla la sinergia. Y si la sinergia fuera más virtuosa, habría todavía más tecnología, capital humano, conocimiento y demanda por tecnología o productos de alto valor.

Algunas oportunidades

El atraso en electrónica, a pesar de ese inicio triunfal con los productos de CIFRA, es un problema estructural que sufren Argentina y otros lugares del mundo. Los componentes más sofisticados para los vehículos, laboratorios y todo tipo de electrodomésticos son diseñados y creados en un número reducido de países, y, por lo general, el resto tiene que importar esa tecnología: Argentina tuvo la posibilidad de integrar el primer grupo, el que abastecía a los demás con productos de alto valor agregado y ubicados en la frontera del conocimiento, pero perdió el tren.

Ahora bien, no por eso faltan potenciales.

Hay algunos sectores de punta -varios con más mañana que presente- donde Argentina ocupa un lugar de privilegio a nivel continental, cuando no en el plano internacional. Y anida enormes esperanzas.

Ejemplos:

Tecnología agropecuaria y biotecnología: Existen 178 empresas especializadas en Biotecnología, que invierten no menos de 500 millones de dólares, posicionando a Argentina como líder en Latinoamérica. Resaltan la calidad de los profesionales argentinos y en este caso específico, a diferencias de otros, una interacción interesante con los sectores de la producción. Los desarrollos no sólo van destinados a aumentar los rindes de la labor rural, sino también general progresos en el sector farmacéutico y técnicas de reproducción asistida, por nombrar apenas dos.

Software y servicios de conocimiento: Argentina ocupa el primer puesto a nivel latinoamericano, tanto en producción como exportaciones. El sector ostenta ventas por unos 3.000 millones de dólares anuales y perspectivas de incrementar ese total con mejores políticas y regulaciones más virtuosas. Hay 3.800 empresas en el país y el 98 por ciento son de capitales nacionales.

Tecnología satelital: El país saltó a la fama en 2014 por el lanzamiento del ARSAT-1, el primer satélite geoestacionario producido en tierra latinoamericana y que, para ser justos, puso a Argentina dentro de un club que sólo integran ocho países en total. Algunos componentes eran importados pero no era el caso de la mayoría. ARSAT-2 y ARSAT-3 están en carpeta y a esto hay que sumar, ciertamente, otros hitos del rubro como la plataforma satelital diseñada para la NASA, conocida como Aquarius, lanzada en 2013; los nanosatélites educativos; la fabricación de radares, todos de última generación, entre otros hitos. Todos ellos con la estampa de INVAP, la empresa tecnológica de Río Negro, de enorme prestigio en todo el mundo y pensada -a comienzos de los setenta- a imagen y semejanza del modelo de compañía que proponía Jorge Sábato por esos años.

Tecnología nuclear: Otro campo con enorme tradición en Argentina, que data de 1950, cuando fuera fundada la Comisión Nacional de Energía Atómica. Pese a los golpes sufridos en algunas décadas, el país cuenta con tres plantas nucleares, más que cualquier país de la región (Brasil tiene dos, por ejemplo). También desarrolla reactores multipropósitos y cuenta con importante prestigio en medicina nuclear, quizá el mayor fuerte local: Argentina es el tercer exportador de molibdeno-99, utilizado en terapias complejas, y el quinto de cobalto-60, usado con fines industriales para chequear la calidad de telas, maderas y algunos alimentos. Por no mencionar que la empresa INVAP, antes mencionada, produce y exporta plantas llave en mano, es decir que -además de los bienes- provee servicios y conocimiento (Australia y Estados Unidos son dos de sus destinatarios más importantes).

Energías renovables: Algunos ignoran que las turbinas hidroeléctricas más eficientes del mundo fueron diseñadas y fabricadas por la empresa mendocina IMPSA, que exportó ese producto a países tan variados como Malasia y, recientemente, también Venezuela -como parte del proyecto Tocoma, donde la tecnología de infraestructura adicional, para instalar esos gigantescos dispositivos, también es aportada por compañías nacionales como Calviño, que provee los puentes grúas-. Aunque sería injusto no mencionar el poderío en materia eólica: Argentina controla casi todo el ciclo eólico, desde la elaboración de torres a los aerogeneradores -con un mínimo de piezas importadas, prácticamente nulas-, la construcción de los parques, la instalación de los modernos molinos y los servicios posteriores de mantenimiento. La firma mendocina, por ejemplo, desarrolló el primer aerogenerador sin eje. Sin contar casos de emprendimientos menos opulentos, pero no menos creativos, como Semtive, cuyos creadores desarrollaron una pequeña turbina eólica de eje vertical para uso urbano y consiguieron la atención en distintos lugares del mundo.

Motivos para entusiasmarse, a futuro, no faltan.
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